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«Il faut se méfier des mots»

22 Feb

La historia de un martes cualquiera en 3ª persona

Lidia se levantó, sorprendida al principio de sentir haber dormido bien a pesar de ser sólo por 6h, pues la velada cumpleañera de Monsieur Cuartodesiglo Santi se alargó mucho más de lo estimado responsable. La culpa, sobretodo, de una peli aquí conocida como Black Swan, que les hizo a todos estar debatiendo e intercambiando impresiones durante horas con ese shock que dejan sólo las buenas películas.
En fin, se levantó, decía, un poco malhumorada por el catarro que de repente empezó a sentir en la garganta y el pecho. Un té negro, cereales robados a su coloc, y media lista de Revivals de Spotify bailada por ambas después; consigue salir de casa con esa canción que la persigue desde hace 24h en los cascos.

Nada más salir, una señora le pregunta «où se trouve la rue patatín» a lo que ella contesta que «désolée«, pero que no conoce «la rue patatán«. Otro señor acafeinado al que le pregunta tampoco lo sabe, y tras desearla suerte comienzan a andar en la misma dirección. Lidia se hace la tonta guiri mientras el otro le empieza a hablar con un «Ça va?«; pero como siempre que intenta el truco de ser la española recién llegada, se topa con un camerunés que trabajó 4 años en España… Quizá por el poco interés o porque parezca que va a girar la calle, él decide despedirse, aunque se irían siguiendo con bastantes pasos de diferencia. Por fin llega al banco francés para déposer dinero en la cuenta que tiene -98€ por cobrarle un montón de cosas de golpe.
Saldada la deuda, pone rumbo a su querido Carrefour, donde intenta suplir ahora la carencia alimenticia que lleva arrastrando una semana y que hacía inevitable ya una compra aunque fuese para dos días. Su salud y su estómago extrañamente plano lo agradecerán, por mucho que se quejen los bolsillos.

Come rápido, poco y regular. Se abandona al malestar catarril en el sofá 15 minutos con la promesa de que a y media hará los deberes para la clase de maquetación. Y como siempre, llega tarde, aunque el profe canoso con ropa de veinteañero, que sabe que sus retrasos son en parte por despiste y en parte por el metro; la mira al entrar con su sonrisa ladeada. Ya la conoce y se llevan bien porque trabaja bien, no habla, y sobretodo no le hace venir por bêtises. Al acabar le anuncia que estará disfrutando del sol de Madrid la próxima clase y decide poner rumbo al parque de Belleville que tanta fama tiene por sus vistas.

Al salir del metro, tarda un rato en ubicarse, primero por la orientación nortesuresteoeste y luego porque parece haber aterrizado en pleno barrio chino, su barrio, pero no; este es diferente, es mucho más ChinaTown si cabe. Subiendo la larga cuesta de la rue Belleville, ve a una viejecita que empuja una maletita con su minino dentro. Sonríe, y al poco cruza por donde parecen asomar algunos árboles que anuncian el parque. Hace una foto al mural de la pared que ha visto, y de repente, se sorprende al ver el que tiene justo en frente, en tres dimensiones, que reza «Hay que fiarse de las palabras».

Sigue la calle que promete revisitar para hacer fotos a las pintadas del suelo y los locales gays y cuando llega al parque, se decepciona porque sólo consigue ver escaleras y rampas para llegar a un mirador, sin praderas ni nada… «Será por otra parte» piensa, incluyendo otro sitio más a su futuro regreso. Mientras contempla de izquierda a derecha la Notre Damme, la Tour Montparnasse, el Pompidou, la Torre Eiffel y todo el París que le entran por los ojos, apaga la música y se relaja. Sólo mira.

Decide coger el metro más arriba y en la cuesta eterna, adelanta de nuevo a la viejecita que sigue empujando con decisión la maletita en la que dormita su gato, y se acuerda de esa peli de Disney, del príncipe Alí subido en su mono-elefante y también de los pasos de las procesiones, o de los budas que paseaban en los desfiles del año nuevo chino…

Feliz Cumple Amor

Y entonces se topa con una pintada-regalo de cumpleaños de alguien a otro alguien, y se pregunta si seguirá habiendo verdad en lo que pone. Entonces recuerda el mural que vio hace un rato, y sonríe con esperanza. «Hay que fiarse de las palabras»…

"Hay que fiarse de las palabras"

Empieza a delirar. Mejor tirarse en la cama a dejar que el catarro haga lo que tenga que hacer con ella lo que queda de día…